Friday, June 15, 2018

Una mañana como todas. (Cuento de Manuel Villaverde Añé. Primera entrega)


                                                                                       
                                                                                   

                                                                                 I



 Era una mañana como todas, nublada o clara daba lo mismo, a Laura no le interesaba. Se sentía mal. Le corría la nariz y le dolían los huesos, la cabeza le parecía llena de plomo y le ardía la cara. Se sentía morir. Cada año sufría una gripe y se le olvidaba al siguiente y todo parecía nuevo cuando volvía a enfermarse y la nueva gripe parecía la peor que había sufrido jamás, la que nunca había tenido, aunque era igual que la del año anterior pero ella no la recordaba. Lo único viejo y constante era el aburrimiento… y las deudas.  

 Los ciclos son así, nos sorprenden una y otra vez. Todos los años llueve y el viento desnuda los árboles, todos los años hace calor y zumban los insectos pero nos parece que el último siempre es el más extremo, el verano más caliente o el huracán más bravo. Todos los años nos enfermamos y estamos convencidos de que nunca antes nos habíamos sentidos tan mal como esa última vez.

 Los ciclos son así, todo se repite monótonamente sin darnos cuenta pero nuestra egocéntrica mente no alcanza a comprender que no es nuestro destino sino el destino del universo, y Laura tampoco lo entendía ni le importaba entenderlo.

 Se levantó de mala gana. Generalmente los viernes son felices a pesar de la semana entera aplastando desconsiderada la voluntad. Pero este viernes no era bueno, Laura se sentía mal y tenía que ir a la oficina, una elegante sucursal de una poderosa compañía local acogida a la "distinguida" bancarrota en la sombreada y bipolar avenida de Coral Way, en uno de los tantos centros de Miami si es que tiene alguno.

 Se sirvió lo que quedaba de leche, le diluyó café instantáneo y calentó la mezcla en el horno de microondas mientras buscaba en el cajón de la meseta una pastilla que la ayudara con el día. Pensó que quería ver a Paolo y a la vez no quería. Paolo ya la tenía un poco cansada, sabía que se entendía con alguien más, siempre lo había sabido pero no tenía ni la más mínima idea de quién era ni cómo se llamaba ni quería que le interesara aunque se moría por saberlo. El mismo Paolo se lo había comentado cuando al principio de conocerse en la oficina las cosas entre ellos habían avanzado a una relación más húmeda.

 En su soledad pensó que podría convencerlo, hacerlo cambiar, envolverlo y hacerlo suyo y tener una vida normal con un esposo tranquilo metido en la casa proveyendo alimento, techo y compañía, un esposo a quien le pagaría de vez en cuando con su preciado sexo. El problema de la fórmula era que su sexo no era tan único y que nadie cambia, pero eso Laura tampoco lo sabía y ya eran dos años de revolcones esporádicos y fines de semana alternos, con trasnochadas, fiestas y borracheras pero ningún compromiso, ningún avance hacia la tranquilidad hogareña.

 Terminó de vestirse con un juego gris de saya y chaqueta, agarró la cartera y su sonoro manojo de llaves con dijes y talismanes de religiones diversas  y se fue.

                                                                                   


                                                                                     


                                                                                  II



Pandemio no podía entender por qué no tenía lo que se merecía. Vivía en un sucio apartamento de Overtown, un área gris y gastada de la ciudad, otro centro excéntrico. Manejaba un viejo y ruidoso carrito, poco dinero iba y venía y el crac ya no era suficiente para calmar la ansiedad de no entender, de no poder, y la morfina se le hacía difícil la mayoría de las veces pero eso al vicio no le importaba, el vicio seguía creciendo.

 Su "madre" de acogida temporal y que terminó convirtiéndose en permanente, nunca supo pronunciar su nombre. De sus hermanos de crianza sólo supo de Steeler cuando vio su foto en el periódico entre los fugitivos buscados por la policía. Su frustración había pasado a la siguiente fase, la fase sin retorno. Su ambición de poder y fortuna había crecido exponencialmente y pareja con la magnitud de su fracaso. Se sentía acorralado. Un ratón de laboratorio en un laberinto movible, a merced del deseo de un científico loco y sin fondos para un experimento inútil pero decidido a llevarlo hasta el fin sin escrúpulos y con las peores herramientas.

 Cuando Pandemio no estaba drogado, robando o traficando, se dedicaba a pintar con espray sobre viejas telas, cartulinas o las paredes del apartamento figuras deformes, pétalos sin tallos, caras sin ojos, formas geométricas imprecisas, desmesuradas manos con puñales o granadas, todo mezclado en una esquizofrénica e inarmónica explosión de colores. En las calles se limitaba a dibujar líneas negras, caligráficas, que querían decir mucho, hablar de miedos y rebeldías pero en realidad eran tan sólo manchas sucias y desagradables, que asemejaban letras de un idioma extraño en las paredes de una ciudad semejante. Líneas que nadie entendía, sólo él. Estaba convencido que el mundo se perdía su genialidad, que no lo habían descubierto porque solamente descubren a los maricas o a los hijos sin talento de ricos banqueros. El mundo estaba en su contra y tenía que ser fuerte pero se estaba cansando y ya las válvulas de escape no estaban siendo suficientes.

 Terminó de fumar de su cachimba de vidrio sucio y quemado, buscó debajo de una pila de ropa sucia algunas jeringuillas con restos de droga y los curvos peines de su fusil de asalto con culata plegable AKMS, única propiedad de valor que tenía por si acaso alguien pretendía violar su cubil, para los "trabajitos" usaba una pistola Browning 9 mm un poco sucia y en malas condiciones, pero eso las aterrorizadas víctimas no lo sabían.

 Estaba decidido, hoy cambiaría su suerte. Acomodó la pistola en la cintura, el fusil plegado en su chaqueta debajo de la axila izquierda, los cargadores en la mochila y subió a su carrito.

(Segunda y última entrega proximamente) 

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