IV
- Hola Paolo -saludó
Laura con voz nasal.
- Hola Laura. Nos
vemos en el almuerzo - Paolo no se dio cuenta de la gripe que aquejaba a la
mujer.
A ella no le gustó el tono de la respuesta a un nivel subconsciente y la
pasó por alto, quedando solamente una indescifrable e incómoda sensación de
rechazo que se fue diluyendo con la secreción que le quemaba las fosas nasales
y la garganta.
Sobre media mañana los medicamentos comenzaron
a hacer efecto, Laura se sintió mejor y empezó a pensar en el fin de semana por
delante. Seguro Paolo se quedaría con ella, tenía ganas de calmar sus
ansiedades, de tranquilizar sus deseos e insatisfacciones y con Paolo había
descubierto que el sexo era una buena manera de lograrlo, al menos por un rato.
Esperaba con ansia el tiempo con Paolo, como una niña que descubre por primera
vez los placeres de frotarse contra el oso de peluche y se esconde, con mirada
pícara, de sus mayores para procurar ese momento deseado de intimar con el
juguete. Con la clara y alegre inocencia de quien hace algo natural pero
sabiendo que le pueden castigar, porque los adultos tienen una mente torcida
que anula recuerdos y suprime prioridades, convirtiendo las cosas naturales e importantes,
esas que agrandan el corazón y estiran la sonrisa, en mínimas represiones perdidas
en un empolvado rincón del alma. Sintió su vulva dilatarse y la vagina
humedecerse, tenía ganas de tocarse el clítoris y sentirse penetrada y apretó
las piernas una contra la otra mientras las movía rítmicamente, arriba y abajo,
adentro y afuera, sentada frente a la computadora que proyectaba una tabla que
por segundos perdía todo su sentido.
Laura se levantó y se dirigió hacia el
cubículo de Paolo, le tocó el hombro izquierdo levemente y deslizó su mano por
la espalda hasta el hombro derecho. Paolo la miró desde su asiento y ella le
indicó sutilmente con la cabeza que la siguiera.
Seguida con disimulo por Paolo se encaminó a
un amplio closet que servía para almacenar suplementos de oficina, una
fotocopiadora y un refrigerador. Algunos empleados estaban en sus cubículos
concentrados en cifras y otros atendiendo clientes en la carpeta de la entrada
que quedaba justo frente a los pequeños espacios, dando la impresión de un lugar
más amplio y claro. Se encontraban absortos con el trabajo.
Entró al closet, detrás entró Paolo, cerró la
puerta y besó al rígido hombre en la boca con las ganas de un marino que acaba
de circunnavegar el globo. Paolo respondió finalmente al beso y a las caricias,
deslizó su mano por el pubis lampiño de la mujer, palpó la dulce humedad en los
suaves, depilados y turgentes labios mayores de Laura. Le quitó la breve ropa
interior en una caricia y levantando la falda le besó los genitales, buscó la
ambrosía y presionó con su lengua el mágico, pequeño y único pistilo de la rosada
orquídea que se le abría delante. Volvió a la boca de Laura erecto y de pie la
penetró suavemente, los firmes senos de la mujer lo rozaban, los pezones
estaban erizados y le hacían cosquillas, aumentó rítmicamente la velocidad, la
carnosa vagina apretaba espasmódica, se miraban fijamente aunque cada uno
pensaba en cosas distintas, ella se imaginaba que otro hombre le besaba el
cuello desde atrás mientras Paolo la poseía, él recordaba a José en la mañana.
Laura sintió la esperma caliente llenándola y Paolo sintió remordimiento.
- Tengo algo que decirte - dijo Paolo mirando
el piso mientras se acomodaban la ropa. La indescifrable e incómoda sensación
de rechazo regresó a la mujer.
- ¿Qué pasa? - Un
ruido de afuera chocó contra la densa tención que los envolvía. No escucharon a
Pandemio gritando desaforado mientras empuñaba amenazante el AK y la pistola,
pidiendo que abrieran las cajas fuertes y vaciaran sus bolsillos.
- Estoy cogido,
me enteré ayer… dijo Paolo en un susurro.
- ¿Qué quieres
decir? - el corazón de Laura comenzó a latir más rápido y la sangre se
acumulaba en sus orejas y detrás de sus ojos.
- Que tengo el
SIDA - respondió impreciso Paolo pues todavía era portador.
- ¡¿Qué?!
- No lo sabía, no
me lo imaginaba, perdóname… - Laura empujó al hombre. Comenzó a llorar
mirándole fijamente. No quería que el pensamiento la inundara pero no podía
evitarlo. Agarró una presilladora que estaba sobre la fotocopiadora y se la estrelló
contra la cara a Paolo que casi no pudo ni quiso esquivarla y le lastimó la sien.
- ¡Vete de mi
vista maricón! - Paolo abrió la puerta en el mismo momento en que un ensordecedor
y machacante ruido, producido por los disparos del fusil de Pandemio comenzaba
a inundar el lugar y un rafagazo lo alcanzaba en el pecho cayendo de espaldas contra
la pared y rodando lentamente, dejando un triple rastro de sangre en su
trayecto descendente frente a los azorados ojos de Laura.
Laura se escondió detrás de los papeles y el
refrigerador mientras afuera se apagaban gritos de dolor y seguía el intermitente
martilleo del fusil disparando y el repiqueteo de las balas rebotando contra
las paredes y hundiéndose en la carne de empleados y clientes. Ya la única voz
que se escuchaba era la de Pandemio que gritaba desaforadamente.
Laura se sentó en el suelo temblando, se
abrazó las rodillas mientras se tragaba los sollozos y comenzó a mecerse silenciosamente
tratando infructuosamente de calmarse, le temblaban hasta los pensamientos. Sintió
la verdadera presencia de la muerte a su lado. Se debatía entre permanecer
quieta y quizás escapar de la matanza o salir a buscar una bala curativa.
Miami, octubre 2012
Manuel Villaverde
Añé
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