II
Pandemio no podía entender por qué no tenía lo
que se merecía. Vivía en un sucio apartamento de Overtown, un área gris y
gastada de la ciudad, otro centro excéntrico. Manejaba un viejo y ruidoso
carrito, poco dinero iba y venía y el crac ya no era suficiente para calmar la
ansiedad de no entender, de no poder, y la morfina se le hacía difícil la
mayoría de las veces pero eso al vicio no le importaba, el vicio seguía
creciendo.
Su "madre" de acogida temporal y que
terminó convirtiéndose en permanente, nunca supo pronunciar su nombre. De sus
hermanos de crianza sólo supo de Steeler cuando vio su foto en el periódico
entre los fugitivos buscados por la policía. Su frustración había pasado a la
siguiente fase, la fase sin retorno. Su ambición de poder y fortuna había
crecido exponencialmente y pareja con la magnitud de su fracaso. Se sentía
acorralado. Un ratón de laboratorio en un laberinto movible, a merced del deseo
de un científico loco y sin fondos para un experimento inútil pero decidido a
llevarlo hasta el fin sin escrúpulos y con las peores herramientas.
Cuando Pandemio no estaba drogado, robando o
traficando, se dedicaba a pintar con espray sobre viejas telas, cartulinas o
las paredes del apartamento figuras deformes, pétalos sin tallos, caras sin
ojos, formas geométricas imprecisas, desmesuradas manos con puñales o granadas,
todo mezclado en una esquizofrénica e inarmónica explosión de colores. En las
calles se limitaba a dibujar líneas negras, caligráficas, que querían decir
mucho, hablar de miedos y rebeldías pero en realidad eran tan sólo manchas
sucias y desagradables, que asemejaban letras de un idioma extraño en las
paredes de una ciudad semejante. Líneas que nadie entendía, sólo él. Estaba
convencido que el mundo se perdía su genialidad, que no lo habían descubierto
porque solamente descubren a los maricas o a los hijos sin talento de ricos
banqueros. El mundo estaba en su contra y tenía que ser fuerte pero se estaba
cansando y ya las válvulas de escape no estaban siendo suficientes.
Terminó de fumar de su cachimba de vidrio
sucio y quemado, buscó debajo de una pila de ropa sucia algunas jeringuillas
con restos de droga y los curvos peines de su fusil de asalto con culata
plegable AKMS, única propiedad de valor que tenía por si acaso alguien
pretendía violar su cubil, para los "trabajitos" usaba una pistola Browning
9 mm un poco sucia y en malas condiciones, pero eso las aterrorizadas víctimas
no lo sabían.
Estaba decidido, hoy cambiaría su suerte. Acomodó
la pistola en la cintura, el fusil plegado en su chaqueta debajo de la axila
izquierda, los cargadores en la mochila y subió a su carrito.
No comments:
Post a Comment