III
Cuando Paolo abrió los ojos se movió con
cuidado para no despertar a José que dormía desnudo dándole la espalda. Alcanzó
el teléfono y apagó la alarma antes que sonara, buscó en la mesa de noche con
cuidado de no hacer ruido un condón que colocó en su erección matutina de
rigor, se colocó el preservativo y le puso lubricante, con cuidado besó la
oreja de José despertándole suavemente y esparciéndole lubricante entre las
nalgas. Le continuó besando con delicadeza mientras le hundía la erección con
dolorosa ternura.
Salió del baño y José ya tenía listo el café.
- Voy a decirle
hoy de lo nuestro - le dijo Paolo refiriéndose a Laura.
- ¿También le
dirás que "estamos cogidos"? - preguntó incrédulo José.
- Creo que sí, eso
primero ¿Tengo alguna opción?
- Desaparecer…
- Eso quisiera.
- ¿Tienes algún
plan?
- Mantenerme
vivo.
- Creo que no te
veré por un tiempo.
- Lo sé.
Terminaron el café, se vistieron y se
despidieron en la puerta con un abrazo.
La entrada al Downtown estaba imposible como
de costumbre. Todavía tenía que buscar la Coral Way para llegar a la oficina. Solía
salir con varios minutos de antelación para poder llegar rayando con la hora de
entrada pues las carreteras de Miami siguen siendo las mismas a pesar de que
constantemente las remodelan y construyen nuevas. No, de hecho, las carreteras de
Miami son cada vez menos por culpa de todos los puntos de peaje que se
reproducen como conejos. Tan sólo en el camino local por el que había venido
había pagado más de 2 peajes, o "toles" como les dicen en espanglish,
con menos de 10 millas de separación entre éstos y sin siquiera estar en las
fronteras de ciudades, pertenecer a carreteras nuevas o fuera del sistema
interestatal ni nada por el estilo.
El caso es que llegaría tarde y no importaba
pues probablemente sería uno de sus último días de trabajo. Paolo planeaba vender
la casa en los suburbios, seguir alquilando un apartamento que tenía en la
playa, apartamento que compró con la ayuda de un antiguo y acaudalado amigo con
derechos, y retirarse a una casita que había heredado de su familia en Italia.
Haciendo uso de sus ahorros y sus amigos con cuidado, la vida, el tratamiento y
los hospitales no le costarían mucho dinero en Europa y podría vivir tranquilamente
con un trabajito simple y de pocas horas a la semana mientras la salud se lo
permitiera.
No se sentía bien. Era portador del Virus de
la Inmunodeficiencia Humana y con seguridad había contagiado a Laura y Dios
sabe a quién más. No estaba claro si José lo había contagiado a él o viceversa,
tampoco estaba seguro por momentos si Laura era la fuente primaria de contagio,
ahora no le molestaba mucho, ahora le estaba pidiendo cuentas a Dios y tratando
de convencerle de que podía darle una pierna o un brazo a cambio de la cura o
quizás donar todas sus propiedades y ahorros para los niños huérfanos por causa
de la guerra, todavía no se creía el diagnóstico completamente.
No se daba o no se quería dar cuenta de que
Dios podía hacer uso de su brazo, su pierna e incluso de él entero a Su antojo,
al igual que de su salud, y cambiar la suerte de cualquiera en cualquier
momento y que sin embargo así no funcionaba la cosa, la función era otra, el
objetivo era más simple, más elevado. Dios no hacía mierdas y Paolo lo sabía,
tampoco se andaba con tonterías y los virus y las enfermedades son parte del
plan, son parte del camino no son el producto, tan sólo son herramientas y
acertijos al igual que uno mismo, que todos. Poner en orden el rompecabezas que
cambia constantemente, entender que el universo en su pluralidad es singular y la
vida es equivalente a la muerte, al igual que la salud no es lo contrario de la
enfermedad. Entender que todo es el fluido eterno para mantener el balance
perfecto de un mundo que no se puede explicar porque no tiene sentido pero es
todo lo que hay y es bueno estar vivo.
El tráfico avanzaba lentamente y el sol
brillaba como si fuese mediodía, por fin estaba en la congestionada pero fresca
avenida de Coral Way.
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