La historia del Titanic, de su único viaje inconcluso, con tramas reales de cobardía y valor extremos, humanidad absoluta, siempre me ha cautivado.
Los sueños, las esperanzas hundidos. La vida de miles de personas ahogada en un instante, por el increíble encuentro de un iceberg con un barco, dos puntos minúsculos en la inmensidad del Atlántico.
Muchas cosas de este suceso despiertan en mí una extraña nostalgia. Quizás la moda, el hedonismo, la pujanza de la época, el comienzo de una era diferente en la historia de la humanidad, irrepetible.
Lo que ultimamente ha llamado mi atención es el hecho desencadenante, el encuentro de la nave con el hielo. Un encuentro fatal entre dos cuerpos que en medio del océano, no eran nada más que dos puntos en un trayecto, que coincidieron en el tiempo y el espacio.
Cuba desgraciadamente a tenido la desdicha de coincidir en el espacio y en el tiempo inapropiado con el comandante terrorista, loco iceberg perforador que ha sumergido a la isla, Titanic con siempre tripulación mediocre, en un océano de miseria.
Iceberg de rostro barbado y mirada delirante que hundió, ahogó la esperanza, el deseo, la esencia de la nación, el espíritu alegre, emprendedor y constante del cubano, aunque no para siempre.
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