Sunday, November 20, 2011

Una Escalera al Cielo. Capítulo 3ero. Dr Manuel Villaverde

Los días no eran muy diferentes en la nueva unidad, un poco mas sedentarios, más lentos, siempre con un machete en la mano para aparentar que hacíamos algo, a los militares les gusta tener a la gente ocupada en cualquier cosa, mientras más inútil mejor, y el machete era una buena coartada, siempre había yerba que cortar, y si no la había la inventaban, o pintar con lechada un árbol o el contén de la acera, cualquier cosa que te alejara de ti mismo, de tus pensamientos. Guardias todo el tiempo, era una unidad de combate, lo que quiere decir que era lo peor de lo peor y yo soñando con
un milagro que vino en la forma del amigo de mi hermano, cuando lo vi el alma me volvió al cuerpo, él lo tenía todo arreglado. 
Se bajó de su carro, él era director de no sé que, caminó hacia mí, algo tenía que tener resuelto, lo habían dejado entrar a la unidad, me saludó.
—Yoandri, ¿cómo está la cosa?
—Aquí, mirando y dejando. No es jamón.
—No, no lo es, yo pasé por eso cuando de verdad la cosa estaba mala, ahora la tienen fácil, los albergues ya están hechos, y la contrarrevolución más controlada.
“¡Qué clase de comemierda el tipo este!”, pensé, “¿De dónde lo sacó mi hermano?”
—Tengo noticias para ti, una buena y otra mala. ¿Cuál te doy primero?
¿Pero hasta dónde le llega el mojón que se está jamando el loco este, tú?
—La que usted quiera, de jodio pa’lante no hay más pueblo.
Me regaló una risita forzada y disparó, rápido, como una ametralladora:
—No te pude resolver nada, esta gente no entiende, y el Teniente Coronel amigo mío ya no está aquí.
Me lo sospechaba, pero a todas estas, ¿qué es lo que me iba a resolver si en esta unidad hasta el jefe está “aruñando” la tierra?
—Bueno, qué se le va a hacer. Gracias por la intención.
—¿No quieres saber la buena?
De la noticia buena ya me había olvidado.
—Si claro —dije con fi ngida ansiedad.
Ya ni recuerdo qué me dijo, creo que fue algún dinero que me mandaba mi hermano, o cigarros, no sé, de verdad no recuerdo ni fue importante en ese momento. Nada pasaría, tendría que seguir detrás de un rifle, con un “de pie” a las 5 de la mañana, una carrera de 6 kilómetros, que el político de la
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unidad era un entusiasta de la maratón, y guardias casi 24 por 24, hasta que me dieran un día de pase en la semana, o un fin de semana al mes..., si se acordaban. 
Todavía no sé si el amigo de mi hermano hizo esto para ganarse puntos con él o para simplemente hacerse el duro, o de verdad
pensaba que podría ayudarme, esto último es lo que quiero pensar, igual mi hermano era marica y este tipo también, aunque muy tapiñado, o dentro del closet, como dirian ahora, pero cherna completo, a lo mejor se gustaban, no sé ni me interesa, yo me
quedaba jodío con el cambio de unidad y todo y ahora que conocía la unidad entendía por qué el tenientico apneico me había cambiando con tanta facilidad, seguro había usado mi lugar para algún favor.
Nos despedimos con un sincero apretón de manos, al menos de mi parte, siempre me había caído bien el amigo de mi hermano, y creo que yo a él, se montó en su lada pisicorre azul clarito, un carro de rango menor que el lada azul prusia con antenas de Alejandro pero todavía un lujo. Caminé hacia el albergue, no sabía bien qué hacer, quizás buscaría un machete, Mario se interpuso en mi camino.
—Asere, necesito que me hagas la media a un lao ahí.
—¿A dónde, cuándo?
—Al pueblo, hoy por la noche.
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—¿A qué? Yo no quiero fugarme hoy, tengo ron clavado en el albergue, mañana tengo guardia y no estoy pa la caminata esa.
—Ambia, mira, nos vamos a buscar una astilla. Tengo un negocito ahí que si se me da hay tremenda mascá pa to el mundo, pero necesito que me hagas la pala, acompáñame consorte.
—¿Qué negocio? ¿Por qué yo?
—Porque mira, tú eres serio, estás grandón y eres hombre, no vas a chivatear ni nada, y me caes bien.
—¿Y el negocio?
—Mira, te voy a decir, pero si no vienes, por favor no le digas a nadie. ¡Es marimba, yerba, cannabis, marihuana! —exclamó en un susurro mirando para los lados
— Esta gente la cultiva en su tierra, entre el maíz o qué sé yo qué y quieren moverla hasta El Vedado, yo les dije que tenía el transporte, ese es el único problema, que no lo tengo, pero la voy a llevar como sea, a pie, son quinientos fulas limpios de polvo y paja, te doy doscientos.
No pude aguantar la risa, a pie, qué tipo más bruto.
—Mira, yo tengo el transporte, le dije, pero me tienes que dar trescientos cincuenta dólares o no voy, que soy el transporte y el guardaespaldas.
—¡Tú estás loco!, ¡dos y medio!
—Chao pescao.
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Eché a caminar hacia mi machete.
—OK, OK, tres, tú ganas.
—OK, nos vemos en la noche.
En realidad no tenía ningún transporte, yo sencillamente le iba a pagar a un chofer de la unidad medio loco que por cien dólares era capaz de sacar un tanque de guerra para llevarnos a pasear al río,
que no sería la primera vez que lo hiciéramos gratis. Le ofrecería menos y no le diría lo que cargaríamos, tan sólo le ofrecería más dinero si preguntaba, que aquí ni los pinareños son come mierdas.

 El loco nos esperaba con el GAZ 69 del jefe, un todoterreno ruso, verde, tosco como todas las cosas que hacían los bolos, que por eso les decíamos bolos a los rusos, por lo tosco y redondo que lo construían todo. Eran cerca de las once de la noche, raro que el
jefe se apareciera por la unidad a buscar el “yipy”, (nombre con el que se conocen en Cuba los todoterrenos que se deriva de la marca Jeep),

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pero igual, cualquier cosa podía pasar, el carro lo habíamos empujado hasta la carretera, para no hacer ruido al sacarlo, el hp del político estaba en la unidad, y le gustaba recorrer los puntos de
guardia, nada más que para joder, para coger a alguien dormido y quitarle el pase. Mario no me dejaba tranquilo.
—No se vale compadre, no se vale, eso podía hacerlo cualquiera y yo encontré los puntos de la yerba.
—No podía hacerlo cualquiera, a ti no se te ocurrió, se me ocurrió a mí, le tengo que pagar al loco. ¿Tú crees que el va por amor al arte? Ya estate tranquilo y no jodas más.
—Puedo echarme pa’trá. Tú no sabes dónde es.
—Puedes hacerlo, yo no te pedí venir, puedes buscarte a cualquiera, pídele a Iván que te acompañe. No creo que quieras preguntarle a más nadie.
Me aprovechaba de la desconfianza que Mario le tenía a todo el mundo, se pensaba que la mayoría eran chivatos o pendejos que se rajaban con el primer apretón, creo que no le faltaba razón
muchas veces, sabía que Iván nunca aceptaría semejante propuesta, yo mismo la aceptaba por desesperación, por impotencia. También me aprovechaba de su admiración y odio por mí, no sé
de dónde venían, quizás de cuando trabajábamos en un túnel que se había derrumbado y levantábamos
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las pesadas vigas de casi seis pies de largo y dos cuartas de ancho,
de cemento fundido, con una soga y la fuerza humana, y el único que sabía cómo anudar la viga con seguridad era yo, así que el trabajo más suave era el mío. En un momento de descanso Mario me pidió le mostrara el nudo, estaba curioso de un nudo tan simple y tan
fuerte, un Ballestrinque, él ni sabía que los nudos tienen nombres. Inocente le mostré el nudo, pero sabiendo que no lo aprendería pues por la sencillez del nudo, lleva más de una sesión práctica para
dominarlo, él logró dar las dos vueltas y enredarse el brazo y se sintió seguro; en cuanto se terminó el descanso se dirigió al sargento mayor.
—Sargento. Yo sé cómo hacer el nudo y Yoandri se la ha pasado descansando allá abajo, hay que darle chance a otro, ahora me toca a mí. 
Y se deslizó rapidísimo por la pared de tierra del túnel. Le lanzaron la soga, ató la viga de más de trescientas libras, halamos y la soga acarició suavemente a la viga mientras el supuesto nudo se
deshacía.
—¡Mario, sal de ahí! Le gritó el sargento.
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—Espere sargento, ahora sí lo hago como es.
Trató de nuevo y de nuevo el nudo falló. Tuvo que salir a la segunda orden del sargento, para cederme el puesto que me había ganado por saber hacer un nudo de sólo dos vueltas sin ataduras ni nada raro.
Llegamos a casa de los guajiros del sembrado. Una casa de madera, despintada, con techo de fibrocemento, una puerta flanquea da por dos ventanas, un caminito de piedras, parecía el dibujo de un niño de primaria, lo único que no concordaba con el dibujo era la noche, casi siempre llevan un sol radiante en la esquina superior derecha del papel. Mario llamó, un guajiro grande y fuerte se asomó, entendí a Mario y su deseo de llevarme con él, pero este tipo era nosotros dos juntos y un poco del loco también.
—Pasa compay.
El guacho me ignoraba olímpicamente.
—Aquí está todo. ¿Tienes lo mío?
Dijo el campesino señalando la mercancía.
—Coge, cuéntalo.
Dijo Mario mientras le alcanzaba una bolsa que el guajiro vació sobre la rústica mesa y se dispuso a contar el contenido, dinero nacional, un bulto que se desparramó por un borde de la mesa. Sumó mil, equivalente a cien fulas en aquel entonces, Mario había usado su dinero para duplicarlo, con la otra parte nos quedábamos el loco y yo.
—¿Está bien?, preguntó Mario retóricamente.
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—Si, todo bien. Buenas noches. 
Se despidió el guajiro mientras desenfundaba el machete y lo ponía sobre los billetes improvisando un pisapapeles.
Las mochilas estaban cargadas pero no pesaban mucho, el camino de regreso se nos hizo eterno y parecía más oscuro, los ruidos potenciados, al menos para mí. La silueta del GAZ 69 comenzó a
dibujarse al final de la carretera contrastando con las tenues luces de una prisión que se encontraba cerca de la unidad, le silbamos al loco que arrancó el carro. Era una suerte que este GAZ tuviese motor
de arranque, no sé mucho de esas cosas pero algunos
de esos vehículos necesitaban ser arrancados con el “cranque” o empujándolos. Mientras nos acercábamos nos dimos cuenta que el loco no estaba solo, nos escurrimos hacia los matorrales al
lado de la carretera. La voz nasal y entrecortada del político llegó hasta nosotros.
—¿Qué tú hace tan tagde fuera de la unidá con el yipy del teniente coroné?
—Nada político —gagueó imperceptiblemente el loco— yo tengo que darle una vuelta al carro que se le descarga la batería y entonces no puedo ir a buscar al jefe por la mañana —disparó el loco la primera excusa que le vino a la mente.
—Dale, recoge que nos vamos de regreso —le dijo el político, inseguro de qué hacer, pues podía representar su acción un enfrentamiento con el jefe.
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—Jefe, todavía tengo que darle la vuelta.
—¡Que dale te digo!
Mario no podía dejar de mirar las siluetas de los dos hombres montándose en el carro y alejándose.
—¡Cojones, me cago en la madre del político un millón de veces! Gritó Mario levantándose y tirando la mochila contra el piso.
—¡Cállate comemierda, puede haber alguien más! Yo mismo no creía que hubiese nadie pero el quedarnos en el borde del precipicio sin vuelta atrás no me dejaba pensar claramente y opté por lo seguro.
—¡He botado todo el dinero que tenía! Se lamentaba Mario pateando la tierra.
—¡Estate quieto! ¡Déjame pensar cojones! ¿Tú no querías ir a pie? ¡Cállate la boca!
Silencio absoluto. Lo que pasó por la cabeza de Mario nunca lo supe ni me interesó, el se calló la boca. 
Cómo atravesaríamos la ciudad, cómo recorreríamos más de diecisiete millas ida y vuelta, con cuatro mochilas grandes llenas de marihuana tampoco lo tenía claro.
—Vamos a buscar al loco
—¿Qué?
—Dale, no perdamos tiempo, nos vamos a llevar la ambulancia y que salga el Sol por donde salga, le dije a Mario, sin saber bien lo que decía.
Corrimos, casi volamos la distancia que nos separaba del campamento, entramos por detrás,
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por donde imaginábamos nadie nos vería, escondimos las mochilas en unos matorrales y avanzamos encorvados hasta el albergue,
llamamos al loco…
—Loocooo —susurrábamos un grito— ¡Loocooo!!!
—¿Qué pasa Yoa? –Me respondió la cavernosa voz de Iván. El me nombraba Yoa.
—Nada mi socio, busco al Loco.
—¿Te pasa algo, necesitas ayuda? —me preguntaba Iván mientras se paraba y se acercaba a nosotros.
—No pasa nada mi socio, no te preocupes, vuelve a dormir.
—Ojalá pudiera. Tengo que hablar contigo.
—Cuando tú quieras mi socio.
—Dale compadre —dijo Mario– Deja la bobería con el pajarón este y con la novia, vamos a buscar al loco.
—Pajarón es tu madre Mario. —Replicó delicadamente Iván, sabiendo que Mario no tendría el valor de enfrentársele.
—Estoy aquí, cállense la boca, ustedes están locos. —Intervino la voz apagada del loco.
—Dale loco, vamo echando que tenemo una pila de kilómetro por delante.
Le planteamos el improvisado plan, el loco no puso reparos. Iván volvió a su litera, no quería ser parte de una fuga y mucho menos del robo de la ambulancia, era cerca de la medianoche. Para el
loco no fue problema echar a andar la ambulancia sin las llaves, debía haberse robado otros carros, evidentemente este no era el primero que hacía funcionar de esa manera. 
La ambulancia era un Van de color verde marca UAZ 3362, más conocida por Guasabita, debía ser uasabita, pero no es importante, con una sirena pequeña de color azul en el techo, casi imperceptible y una cruz roja sobre un cuadrado blanco a los lados.
Acomodamos las mochilas con la droga y nos agachamos en la parte de atrás junto a la carga, como si nos escondiéramos del enemigo entre arbustos, el loco manejó lentamente el vehículo, pareciera que el camino estuviera infectado de policías. Una vez que salió a la carretera aceleró, le pedí que observara todas las reglas del tránsito, que no corriera, que se esmerase, queríamos llegar sin problemas al Vedado, y un vehículo como ese en el barrio más céntrico de la ciudad, en la madrugada, no era frecuente. El resto fue simple, encontrar una dirección en el Vedado es fácil y yo me conocía
el barrio, dejar la carga, contar el dinero, Mario
¿Es el Vedado un sueño?...
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se aseguró de que no fuese falso, ni el loco ni yo conocíamos bien los dólares, los habíamos usado, cambiado, pero no los conocíamos bien, la posesión de esa moneda era ilegal y penada con privación
de libertad, Mario sí los conocía bien, lo suficiente para estar tranquilo con los que nos pagaron. Nos repartimos el dinero como acordamos y regresamos más calmados al campamento, llegamos como a las 3 de la madrugada, la ausencia del vehículo había pasado inadvertida al igual que la nuestra, todos dormían plácidamente, incluidos los reclutas en servicio de guardia, todos listos para la defensa.

© Manuel Villaverde, 2010
Todos los derechos reservados
ISBN: 978-1-934804-94-0
Library of Congress Control Number: 2010917476
www.alexlib.com/escalera 


¡¡¡El original tiene fotos, incluída la Guasabita, LOL!!!

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